El theremín, un instrumento musical que no se toca.

Parece algo salido de una película de La Guerra de Las Galaxias, alguna tecnología de la misma índole que el ajedrez del halcón milenario u obra de propia La Fuerza. Pero no, se trata del único instrumento musical que se toca sin tocarlo: no se necesita establecer ningún tipo de contacto con él para que produzca sonido. Tampoco es una tecnología de última generación, ni un invento nuevo, de hecho, lleva con nosotros desde hace cien años. 

El theremín fue una creación del ruso Lev Sergeyevich Termen (1886-1993), o como es conocido popularmente, León theremín, de ahí el nombre de su instrumento. León theremín era un ingeniero y científico que ya desde muy pequeño se había mostrado especialmente hábil en el manejo de componentes electrónicos para crear diversos aparatos. Cuando experimentaba con unos osciladores, acabaría dando con un peculiar instrumento musical que presentaría ante eminencias como Lenin o el mimo Einstein en la década de los años 20. 

El funcionamiento del theremín se basa en diversos conceptos del comportamiento de ondas, y funciona gracias a una serie de osciladores: unos aparatos que emiten ondas de sonido a frecuencias altísimas, inaudibles para el oído humano, pero que sin embargo son muy sencillas de manejar regulando las constantes de los osciladores. 

El instrumento cuenta con dos antenas, una vertical con la que se regula la frecuencia o tono de la onda, y una antena horizontal con la que se regula la intensidad o volumen de la onda. La antena encargada de la regulación del tono funciona con dos osciladores, uno de ellos de frecuencia variable que se regula con la proximidad de la mano del músico a la antena, y otro oscilador que emite una frecuencia fija igual a la mínima frecuencia que alcanza el oscilador de frecuencia variable. Ambas frecuencias se recogen y se combinan en un sistema parecido al de una radio. 

A medida que se acerca la mano a la antena vertical, aumenta el tono de la frecuencia variable, que se compara con la frecuencia fija para emitirse luego una tercera frecuencia que es la diferencia de las otras dos y que esta vez sí está dentro de nuestro espectro auditivo. Voila, tenemos música. 

Conforme se acerca la mano a la antena horizontal, la intensidad, y por ende el volumen, disminuyen. 

Esta es la ciencia, esos sí, muy grosso modo, detrás del instrumento musical más peculiar, que tiene un timbre realmente de otro mundo y que podéis escuchar en el siguiente enlace: 

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