No hay duda, lo habréis escuchado en algún lado o en algún momento; el calentamiento global esto, el calentamiento global lo otro… Es algo de lo que hoy en día se habla, y un concepto, espero, bien popularizado actualmente, y que a cualquier persona que le preguntes te sabrá al menos decir de que se trata. Si me hubieran preguntado hace unos años, posiblemente no hubiera dudado de su importancia, es algo que existe y está ahí, un problema más de muchos otros; pero a medida que he ido dándome cuenta del panorama general y me he ido informando acerca de ello, hasta que ahora sea uno de los temas en que más interés guardo, me he dado cuenta de que es algo muchísimo más grave y urgente de lo que me parece que la gente imagina.
El año 2023, nuevo galardonado y desgraciadamente portador de pesadas medallas por todos los récords que ha batido; y ganador en buena lid, ha dejado atrás con amplio margen a los antiguos colíderes: 2020 y 2016. El año pasado se despidió como el más cálido de todos los tiempos desde que se guarda registro, y se han medido temperaturas desastrosamente altas: hasta 1.5 º C por encima de tiempos preindustriales. 1.5 grados Celsius; y quiero hacer este breve inciso para que se tome este dato con toda la atención que se merece, para acordarnos de cuando se hablaba de superar el grado, algo que igual no recuerda mucha gente de mi edad, pero que sucedió por primera vez en 2020. Son un poco menos de cuatro años, y ha sido suficiente para que la temperatura media global haya aumentado medio grado centígrado, el aumento más drástico desde que se tienen registros. Y lo más inquietante es que esta subida exponencial haya tenido cabida en este momento en el que están activas todas las agendas medioambientales de todos los países de Europa, en el momento en que se ha tomado “consciencia” de la gravedad del asunto y se han tomado “medidas” para luchar contra un futuro no ideal, por no decir no bueno, al que cada vez parezca que nos aproximamos más y más rápido, como si hubiéramos perdido las riendas de este caballo desbocado. Y digo consciencia y medidas entre comillas porque parece la única manera en que se pueda dar credibilidad a quienes usan esas palabras en estos términos, y es que todo o todo lo poco que se está haciendo parece un esfuerzo inútil de mover un mar con un barreño; está claro que o no se está haciendo bien o no se está haciendo lo suficiente, y no parece que nada pueda evitar que, a este paso, se suba tres graditos más al termostato en siete años.
No creo que haya que hacer una lista de todo lo que pasa cuando sube la temperatura del planeta; lista, o cadena, pues todo es consecuencia de un solo factor: el derretimiento de los hielos permanentes de nuestro planeta. Cuando las nieves y los hielos permanentes que se encuentran sobre corteza terrestre se derriten, toda esa agua que se encontraba atrapada en glaciares, en Groenlandia, y sobre el desierto continente de la Antártida se precipita hacia el mar, aumentando el nivel de sus aguas. Los hielos acumulados sobre la corteza terrestre son el regulador del nivel del agua de nuestros océanos, y es muy simple, en cuanto más agua en los glaciares menos agua en el mar y viceversa, pues el agua en nuestro planeta guarda un ciclo cerrado. El problema más grande no surge aquí, y aunque se hable de las tierras que se inundarían en el caso de un aumento del nivel de las aguas y del desastre humanitario que esto traería, la realidad es que en 100 años se espera un incremento de apenas un metro y medio, que, aunque devastador, se tendría que juntar con el derretimiento de los casquetes polares, algo que sumaría muchos nuevos problemas.
Los casquetes polares son los hielos permanentes que flotan sobre los océanos ártico y antártico, y si, por mucho calor que haga y por mucho que se derritan, el nivel del mar no cambiaría ni un solo centímetro. Pero pasa algo; y es que, como el agua de los glaciares, éste agua es agua dulce en su mayoría, y si se derritiera y se mezclara con el agua marina, se salinizaría. Más del 68% del agua dulce de nuestro planeta está almacenada en estado sólido, y del restante, el 95% está almacenada en acuíferos subterráneos; esto quiere decir que mientras se sigan perdiendo casquetes polares y glaciares, nuestras reservas de agua dulce se irán reduciendo. Los acuíferos no saldrán ilesos, pues al subir el nivel del mar, el nivel freático del agua salada también subirá, y cada vez más reservas subterráneas de agua dulce se convertirán en agua salada, inservible para su consumo o para la actividad agrícola.
Con menos agua dulce, el estrés hídrico en tiempos de sequía será cada vez mayor, pues los depósitos naturales de agua dulce a los que acudir se verán reducidos. Las sequías y las tormentas torrenciales se harán más violentas y comunes, una combinación que solo traerá problemas como ya expliqué en un artículo sobre la agricultura regenerativa.
No pinta nada bien, no hay que engañar a nadie, pero tampoco hay que caer en el fatalismo y hay que mantenerse realistas. Este cambio climático tan brusco es consecuencia de la actividad humana, algo que hay que aclarar, pues los cambios climáticos son procesos naturales de nuestro planeta. Aunque es improbable que el aumento de la temperatura de los modelos actuales para los próximos siglos ponga en riesgo nuestra existencia en el planeta, hay que saber que el impacto sobre muchas especies animales y vegetales y la calidad de vida en todo el planeta será drástico y nada bueno. Se prevé que habrá miles de conflictos territoriales impulsados por la falta de agua y por otros motores climáticos, así como millones de desplazados y afectados por estas mismas razones.
Con esto, pueden surgir más preguntas que respuestas sobre lo que debamos hacer ahora y en el futuro próximo para combatir el cambio climático, y es que todavía estamos a tiempo de hacer por frenar y ayudar a revertir el calentamiento global, pero parece que no logramos acordar comenzar ese cambio que nos pueda sacar del apuro en el que nos hemos puesto.
Existen varias maneras, unas más efectivas que otras, pero lo que sí está cada vez más claro es que si no se pone de la parte de todo el mundo va a ser muy difícil obtener resultados significativos. Que solo se alcancen objetivos dentro de las naciones europeas y norteamericanas no significa nada, por ejemplo, el año anterior fue el primero en el que Estados Unidos logró reducir las emisiones en toda su historia, sin embargo, la realidad, como de costumbre, viene a darnos un buen golpe de crudeza. Es cierto que este objetivo se logró, pero hay que considerar que muchas de las actividades industriales que operaban en la nación del tío Sam, y que representaban una significante fracción de las emisiones de carbono del país, se trasladaron para operar en el extranjero. Las emisiones a nivel global no se redujeron, solo cambiaron su lugar de procedencia.
La manufacturación de productos es uno de los factores que más contamina nuestro planeta, representando cerca del 30% de las emisiones totales. La mayoría de esas industrias operan en países de Asia como china, india o Bangladesh; países que dejan de que desear en sus legislaciones medioambientales, y que además de emitir una enorme cantidad de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, generan una ingente cantidad de residuos que son desechados en ríos y vertederos que amenazan la fauna y la biodiversidad de esas regiones.
La solución más efectiva parece ser reducir al máximo el consumo. Actualmente, sólo la energía para el transporte y para la producción de bienes representa un 40% de toda la energía fósil consumida en el planeta, y si le sumamos la que se emplea en edificios de oficinas y viviendas, casi alcanzamos el 60%. A esto se suma que de toda la energía que se emplea globalmente, entorno al 82% es de combustibles no renovables y emisores de gases de efecto invernadero. El resultado es que en realidad aún hoy en día se hace un uso masivo de recursos no sostenibles y dañinos para el medio ambiente para obtener la energía que consumimos, a pesar de los países europeos como España, donde la generación de fuentes no renovables es relativamente buena, manteniéndose por debajo del 50% de media.
El cambio de procedencia de las energías debería favorecer las energías limpias, eliminando la quema de combustibles fósiles en los próximos años, pero dependerá de las legislaciones de los países y de las actividades de las grandes empresas, y ambos se encontrarán con la oposición en las poderosas petroleras, con gran cantidad de capital y capacidad de influencia económica y política.
Mientras tanto, nosotros como individuos tenemos otra gran parte de responsabilidad, y en contra de la creencia de muchos, está en nuestras manos como sociedad el cambio en los paradigmas establecidos. A nivel personal o familiar, podemos reducir significativamente nuestras emisiones de carbono y dar ejemplo al mismo tiempo a través de distintos hábitos. Está en las manos de cada uno dejar de usar el coche cuando no es imprescindible y usar transporte público, andar e ir en bicicleta a los sitios. Está en manos de cada uno tomar estas pequeñas decisiones que generan el cambio: comprar alimentos locales y sostenibles, usar el metro o el bus para moverse en la ciudad y, por supuesto, reciclar. Si somos perseverantes y luchamos por nuestro futuro y aquello que queremos lo lograremos, como hicieron para conseguir el derecho al voto de la mujer o tumbar las leyes de segregación racial en estados unidos, está en nuestras manos propiciar el cambio, porque sí, el holoceno se ha acabado, y entramos en este ‘Antropoceno’, esta época marcada por el humano, con sus retos y sus incertidumbres, y depende de nosotros hacer de ella una en la que vivamos en paz con nuestro hogar, el planeta tierra.